jueves, 18 de diciembre de 2008

Dentro de esa excesiva actividad con la que mi cerebro se ha empeñado en castigarme, uno de los pensamientos que me ocupan esta fría mañana, quizás por las fechas tan próximas a la Navidad, ha sido recordar mis primeros años.

Quisiera dejar claro que a pesar de la falta de juguetes, en rasgos generales, no recuerdo mi infancia con dolor.

Tenía un pequeño diccionario que mitigaba la soledad que sentía. El PEQUEÑO diccionario, por supuesto venía escrito en blanco y negro y mi mayor ilusión era que llegara la tarde-noche, después de la cena en familia (mi madre y yo) mientras escuchábamos el programa de "USTEDES SON FORMIDABLES", exclusivamente creado para que todos los españoles llorásemos juntos a la misma hora. Con esas penas de fondo martilleando en mi pequeño pero sensible cerebro, me dedicaba a poner color al diccionario con unas muy cuidadas, casi intocables pinturas de Alpino. Tengo que añadir que también la única bombilla de la habítación , de un amarillo intenso ayudaba bastante para mi efectos de color.

Mi afición a la pintura y a los colores vivos nació en aquellos momentos ¡bendita hora!

Así, el motor de cuatro tiempos, que ya existía, los huesos del cuerpo humano, que también existían, el cáliz, la corola, los estambres y demás partes de la flor cobraban vida transformando esos días tan grises en una nueva dimensión que me llenaba de paz, de una sensación de bienestar que pocas veces he vuelto a percibir.

En la mañana, al levantarme lo primero que hacía era contemplar mi "Obra", se lo enseñaba a mi madre, siempre muy ocupada, a la vecina que era gallega y me quería de verdad y esperaba con impaciencia que llegara de nuevo la noche.

Mi diccionario se perdió con el paso del tiempo y ahora a mis cincuenta y siete años quisiera recuperarlo y tenerlo conmigo hasta el final...Quérido diccionario, ¡cuanto te echo de menos!
¡Ah! Me hubiera gustado pintar en papel blanco, un simple folio pero yo no sabía de su existencia. Solo teníamos papel de periódico cortado en cuadraditos y colgado de un alambre junto al retrete.

2 comentarios:

Esther Arias dijo...

Es increible como algo que para todo el mundo sería insignificante puede llegar a tener verdadero valor para algunas personas.
Da igual como fuera nuestra infancia siempre se recuerda con alegría, verdad?

Si te apetece pásate por mi blog y si te gusta lo que escribo puedes dejarme un voto.
Un saludo

Unknown dijo...

eM encanta.Todas esas historias de infancia tuyas son muy interesantes. Tienes material para rato. mis preferidas son:
- cristaleras en la arena
- el arte de montarse gratis en el tío vivo
- la vecina no tiene bragas
- hipnotizando gallinas
- bromas: cordones de zapatos
- a la espera de la caja de condones vacía q desapareció
- las mariposas del vestido
..... besos